La llamada llegó justo cuando salía corriendo por la puerta, a mi trabajo de verano de camarera en Londres. Dios mío, pensé, mientras me daba la vuelta para agarrar el teléfono. Y así empezó todo. “Amanda, es el profesor Mckay”.¿Qué querrá mi profesor de historia de la Universidad de Edimburgo a mediados de verano y cómo diablos me había rastreado hasta el sofá de mi hermano? “Te llamo para decirte que vas a ir a Salamanca el año que viene con una beca de la UE llamada Erasmus. Olvidé elegir a alguien el último trimestre. Voy a seleccionar a los tres primeros que encuentre y que hablen español. ¿Tú hablas español, no?”
Realmente no, habría sido la respuesta honesta a esta delicada pregunta. Mis padres vivían en Chile en ese momento y yo había trabajado en un bar de sándwiches en una estación de esquí el verano anterior. Pero de “hamburguesa con fritas” a “Renacimiento y Barroco” sería todo un salto. “Salamanca. ¿Eso está en Sudamérica?” Pregunté esperanzada. “No, en España, en medio de la nada” fue la respuesta. “Eres la número tres. Que tengas un buen verano”.
Así que aterricé en Salamanca, no estudié mucha historia, contrariamente a las ansiosas expectativas y tampoco me enamoré de un latin lover, sino de un alemán 10 años mayor que yo y juntos fundamos ISLA, la escuela de idiomas que íbamos a dirigir durante 30 años.
Yo amo España. Con todo lo que conlleva. Los lugares grandes y los pequeños. Las sierras y las costas, los mercados y bares de tapas. El sol.
Los españoles: generosos, nobles, orgullosos de España de una forma que me dan ganas de abrazarles. En la vida diaria no se complican la vida y siempre tienen una sonrisa y también son amigos leales y fieles.
Este blog es un homenaje a los tiempos pasados con ellos: en estadios de fútbol, restaurantes y mercados. En las cocinas, txokos y bares de tapas. En las calles, plazas y cafés. Arriba en las montañas o en las orillas del mar.
Estoy muy agradecida de que las estrellas se alinearan y llegara a ser la número tres.